Diario de un libro web

Los libros no existen

¿Me estás diciendo que este libro no va a estar en papel?
Entonces no existe.

Sofía Romaniuk Chomyk, mi mamá.

No sé qué es un libro. Nadie lo sabe.
Marguerite Duras, Escribir.

Me he preguntado muchas veces cómo fueron posibles aquellas madrugadas. El velador encendido, la cama fría pero acogedora, mamá del otro lado de la pared gritando que apagara la luz. Yo allí, sin anteojos ni lupas, sin pasado ni futuro, un camisón de lanilla y nylon con osos celestes, un ladrillo envuelto en diario, las aventuras de Huckleberry Fynn. Mi cama era un río caudaloso, marrón, con una isla central de dimensiones gigantescas. Huck me esperaba allí, agazapado, yo me deslizaba entre los juncos, entre las sábanas, hasta que una proclama maternal y furiosa me regresaba a la calle 21. Por la ventana de la noche, se escapaba un esclavo con las manos atadas a su espalda.

Horas, horas, horas. Selvas, ríos, barcos con ruedas chorreando agua hasta que la luz de la mañana le devolvía a la habitación su estado sólido y geográfico. Pero el sol se ha convertido en una luna fría. Hoy no puedo leer más de diez renglones seguidos. Facebook me irrita con sus historias de perros perdidos y cuerpos enfermos, salto a Twitter, alcanzo la valla de cinco minutos sin levantar la vista. Luego de ese tiempo, necesito algún video que me anuncie que Macri está por terminar. Unos pocos segundos y el video llega a su fin. Salto a Instagram y sus playas. A Crónica y sus placas absurdas. A mis amigas probándose vestidos, envío una carita de aprobación y salto. Voy a los correos de mis estudiantes, leo sus trabajos de administración. Un Aprobado y salto.

¿Cuándo fue que dejé de leer? ¿Cuál fue el último libro que recorrí de principio a fin, mi nariz sobre su prólogo, su tapa y su olor? ¿Cuándo fue que dejé de escribir? ¿Cuál fue el último cuento que dibujé con tinta, letra por letra? ¿Existieron alguna vez los libros? ¿Se siguen publicando? La Feria del Libro es un recuerdo lejano.

He cruzado los Alpes, he navegado el Misisipi. He leído la viudez y los motines en las hojas gigantescas del diario El Día. Asistí a cada estreno de Hollywood, los codos negros de tinta. He devorado recetas, papeles brillantes, biblias, señaladores, tapas de long play. Estampas de comunión. Revistas del corazón. La colección Robin Hood, completa. Johnny yendo a la guerra. Hesse, Dostoievski, el evangelio latinoamericano, Helder Cámara. William Irish y Morris West. En un basural, rescaté los cuadernos del Centro Editor de América Latina. Los leí en secreto. El mundo era una hoguera de papel.

Soledades

Las pantallas se presentaron un día que ya ni recuerdo. De pronto, una superficie luminosa, escribir, subrayar, borrar sin dejar rastros. El chillido de agujas de la impresora, sus hojas impecables, nos trajeron la novedad de los libros a medida, pero la impresora corrió la suerte de la máquina de escribir. El monitor se volvió delgado como una rodaja. Me pregunto cuándo fue que llegó esta vida.

En este mundo y así las cosas, me propongo escribir un libro de pantallas. Voy en busca de María Marta para volver a las palabras y de Eugenia para encontrar la voz. Busco a Agustina, Adriana, Florencia, Paloma, Laura, Agustín. Les cuento el proyecto, sus mil versiones. Livraga espera a su abogado. La maestra renuncia a los pupitres. Lena recrimina y se esfuma, el soldado da batalla y muere, yo insisto. Necesito pantallas, links, electrones contando estas historias. Lo pido una y otra vez. Durante este viaje, las semanas se vuelven meses; los meses, años. A veces dejo de intentarlo. En esos momentos, me abrazo a un tarro de dulce de leche: lo devoro a cucharadas mientras Lolita Torres canta sin besar a nadie.

Dormito para olvidarme del libro y de la cocaína que me despertó aquel sábado, él en la puerta, a los gritos sus puños de sangre, derribándome. Me detengo antes de recordar el frío de las baldosas. Otra vez es sábado, su hija está conmigo, estamos esperando que regrese, que regresen los ojos. Quise abrazarlo entonces, quiero retenerlo ahora, pero no es tan fácil. La madriguera de luces nos cobija, a ella le gusta verme escribir. Soy Livraga, Lena, Sacramento, soy el agua de este río. La chiquita entrecierra los ojos y se queda dormida. Ninguna inundación la alcanza, ninguna sobredosis. Ella no lo sabe, afuera de este nido sopla el infierno.

La derrota se expande como una mancha de aceite. He recibido de nadie la noticia que ya todos saben: mi libro no existe ni existirá jamás. Yo conozco esta noche. Este cansancio, estas ganas de abandonar todo.

Mapas

Una combustión, un choque de partículas, y las espirales saliendo despedidas:
galaxias, órbitas, ondas, cromosomas, agujeros negros.

Claudia Bernazza, Las palabras y los días.

Conozco un libro interactivo como el que estás imaginando, me dice Florencia. Pongo libro interactivo en Google y dios me devuelve imágenes de conejitos de algodón pegados sobre tapas de cartón, chanchitos que lloran por su madre cuando alguien les aprieta la panza. Siguen los links y me sumerjo en un mundo de jóvenes. Ellos apuntan con sus rayos láser, vuelan, saltan edificios. Matan gente. Escupen mariposas. Todo es tan real en sus videos. Un millón de visitas. Cuatro millones de visitas. Congresos de youtubers y fanáticos que deliran, montañas de dólares en publicidad. Mis papeles están vencidos en esa aduana.

Florencia, que sabe lo que busco, me habla de Fragmentaria. Paloma Sánchez lo preparó para presentarlo en el Concurso de Libros Interactivos de México. Ganaron los videos multicolores, pero no se dio por vencida. Volvió a la Argentina a defender lo jamás inventado. Cuando supe por ella que nuestros libros existían, ubiqué los cuentos de Las palabras y los días sobre un mapa imaginario, casi un planeta. Después, fui en busca del pincel que pudiera dibujarlo.

Agustín tiene una caja metálica repleta de lápices Staedtler, esos lápices pintados con laca roja y negra que se deslizan como si la hoja fuera de seda. Él les saca punta con cuidado obsesivo, me gusta pincharme la yema de los dedos con ellos. Le alcanzo uno. Le pido que dibuje lo que apenas puedo balbucear. Agustín, el mapa es una serpentina. Soy platense, nací a orillas del Río de la Plata, ese es el punto de partida. Dos estudiantes de la escuela Comercial. Un matrimonio de los años 50 con cubiertos de alpaca y manteles bordados, ¿podés dibujar ese mapa? El espiral se ensancha hacia arriba y hacia los costados, llega a la otra orilla. Al tomar altura, podemos ver ese puñado de mujeres lavando en el río. El espiral se estira: Tucumán, Iruya, Bolivia, el Tawantisuyo.

Nuestros ojos se fijan sobre lo blanco y no hay estudio ni caja de lata ni lápices, solo un viento sobre el mapa, un barro corrugado, una mujer llevando flores en su bolso. No hay huellas que podamos seguir ni manual de instrucciones. Estamos solos bajo la punta filosa del lápiz, somos caminantes de una playa, navegantes de un río. La Plata es una piba a punto de hacer sus deberes, le enseñamos a sacar punta y seguimos. Sacramento es una ciudad y una niña, la besamos y seguimos. Una noche oscura y las sirenas de una fábrica. Un poema horrible. De mi pulgar brota una gota de sangre.

Agustín me entrega, exhausto, el planisferio terminado. Han pasado meses o siglos, está más viejo. Al filo de la tarde, somos cartógrafos experimentados. El planeta tiene cuatro continentes: el río, la selva, la nieve, un archipiélago. Solo falta que el mundo web me deje pasar con este mapa y este pasaporte vencido.

Libros digitales

Las redes son una galaxia, tibia a veces. Busco mi madriguera, una cierta camaradería. Una página de Facebook me invita a unirme al grupo de wasap LIBROS DIGITALES. Un aire conocido en el país de las frases breves. Acepto la invitación. Me interno en esa selva con mi lista de preguntas.

Hola, soy Claudia Bernazza, de Argentina. Me saludan desde Colombia y España, México y EEUU. Quiero publicar un libro, escribo y me detengo (¿novela? ¿cuentos? ¿frases? ¿poemas? he perdido las precisiones y las brújulas). Quiero publicar un libro que se navegue como página web ¿alguien puede mandarme ejemplos de libros escritos así? En lo posible en lenguaje html5 (Paloma me habló de ese lenguaje). Colombia no sabe qué decirme. España guarda silencio, México me envía tres libros en ese lenguaje, idénticos a mis textos en Word. Podrían haber justificado el margen derecho, desidia digital.

Los libros de Jorge Bucay se abrazan con los de Jonathan Swift. Seis rituales para atraer dinero y a continuación una novela de Danielle Steele. Llega un pdf tras otro y mi celular ya guarda más libros que la biblioteca del Trinity College, ese tesoro de Dublin. México trae a Rulfo y Colombia a García Márquez, Borges reaparece cada tres mensajes.

Acumulamos libros en minutos. Una montaña de páginas que nadie podría leer aunque viviera diez vidas. Un grupo de wasap para desear leer, para no hacerlo. ¿Alguien tiene los libros de Paulo Coelho? Los pdf se suceden a la velocidad de las liebres. Cómo curar el insomnio, adelgazar, migrar sin papeles. Cómo tejer una manta, cómo prender un fuego.

Me bajo de ese vértigo. El capitalismo es un mundo raro: hemos dejado de leer, pero no de acumular. Antes de irme, pregunto una vez más: ¿alguien ha leído un libro de pantallas desplegado como un mapa? ¿alguien, al leer, se hundió en un pantano o un sótano para aparecer en otro cuento? ¿alguien ha perseguido al conejo? ¿alguien lo ha visto?

Perú postea un libro de Vargas Llosa. Me voy sin saludar.

Una cáscara de nuez en la tormenta

A punto de abandonar todo, descubro otro libro navegable. Ni un posteo ni un video: una historia bien contada dejando su estela de carbonilla. Cuando Carlos y Patricia me presentan 70 Octubres, lo recorro vorazmente. Me explican que en realidad es un sistema multiplataforma. Es un libro web, insisto, me resisto.

Me decido a hacer el viaje. Llevo conmigo el rumor de lo aprendido. Cuando paso la rompiente, me hundo en un pacífico de tormentas. Navego a ciegas. Dejo caer toda idea de perfección, voy desechando ese sobrepeso. Mi barco se bambolea, vomito a veces, arranco de nuevo. La ansiedad no cede, quiero descubrir una isla, dejar mis palabras en su arena. Sueño con otro náufrago, perdido como yo, que las encuentra y las lee. Este libro tiene que suceder, va a suceder.

Busco “cómo se hace un libro” en los deltas de youtube, encuentro viejas lecciones de encuadernación. Busco libros interactivos, una vez más. Busco arte web, haz tu propia página, dos, tres, veinte solapas abiertas en mi monitor. Quiero hablar con alguien, con una voz medianamente humana que me explique, las pantallas me devuelven avatares imposibles: Katy, Jhon2001, wonderdesign.

Me acostumbro al naufragio. Las mujeres del Este se pierden conmigo. Cargamos cientos de cosechas, miles de varenikes, un ternero a salvo de las granjas stalinistas, bordados, ruecas, escarpines. Las guerras han cruzado a esas mujeres hasta el día de su muerte, ninguna se rindió. Sigo abriendo solapas, sigo buscando. Las palabras encontrarán su rumbo, los días también. Estoy segura.

Travesía

Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno, como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos.
M. Proust, Por el camino de Swann.

Buscando puertos, encallo en costas desconocidas. ¿Quiénes son estos habitantes del mundo? El anillo de horas y paisajes se ha ampliado hasta el infinito. Nadie conoce a Audrey, su desayuno en Tiffany's es una foto descolorida. En un tiempo, ella ocupaba todos los casilleros: su melena corta al viento, Roma y Gregory Peck. Sobre las fotos del periodista guardadas en un sobre, se superpusieron miles de fotografías y una guerra en Vietnam.

Luego, comenzaron a cavar estos túneles. Al principio, eran unos topos de la NASA o del Pentágono, no recuerdo bien. Jeroglíficos que apenas entendíamos en teclados nuevos, en pantallas de TV relucientes. Luis me mostraba sus habilidades en la Commodore. Sus largas series de ceros y unos, ese lenguaje estúpido ¿a dónde podía llevarnos? En el Liceo Víctor Mercante, los preceptores habían desaparecido o andaban armados buscando sospechas.

Gregorio, su bigote del CNU, entonces callábamos. En el sótano de nuestras vidas cantaba Manal. Nos subíamos a su tren y escapábamos. Los años se llevaron las dictaduras, aunque no todas. En el camino, todo se ha vuelto pantallas. He escrito estas palabras y estos días para que se presenten en ellas.

Dolores de parto

...los animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables…
J. L. Borges en M. Foucault, Las palabras y las cosas.

Llega el turno del diseño web. Buscamos a Laura. Cuando ella va y viene por los mensajes de wasap y los correos, nos llama al orden. Necesitamos los archivos en carpetas prolijas y numeradas, dice. Entonces comienza otro viaje: trazar, como en mis días de administración pública, un organigrama. Cada capítulo con sus cuentos. Cada cuento con su texto, su arte y sus imágenes. Los cruces, los vínculos, ya los traerá la marea. Los logos de la editorial, los videos que hicimos una mañana con Eugenia y María Marta a manera de prólogo. Necesitamos carpetas que puedan guardar esta espuma. La galería de imágenes, los bosquejos, las cartografías. Me invade el fastidio de no encontrar las fotos que el libro me señaló alguna vez. Paloma me lo había anunciado: vas a tener que ordenar archivos, vas a tener que buscar fotos con mejor definición. Armo un catálogo, fundo una inesperada biblioteca. El libro se ríe de mí. Se esconde, alcanzo a verlo, vuelve a escabullirse. Está jugando conmigo el hijo de puta.

Lo que te pide Laura se llama wireframe, me dice Agustín. Ordenemos los archivos por fecha. Dejemos afuera las imágenes, que vayan todas juntas en una carpeta. Los animales se dividen en. Embalsamados. Amaestrados. Innumerables. No, Agustín. Las fotos con el arte. El texto aparte, aún está escribiéndose. El texto en PDF, dice Agustín. Mejor en Word, respondo. La Segunda Guerra Mundial aún no ha terminado, Agustín, los soldados son niños tan frágiles. América es un continente desesperado y luminoso. ¿Podremos contarlo? ¿Podrás dibujarlo?

Laura espera que nos pongamos de acuerdo. Para no mandar todo al carajo, le ruego que mientras tanto diseñe la tapa. Abro el celular y allí está. Las palabras y los días. ENTRAR. La pequeña nuez en la pantalla, no hay vuelta atrás.

Alumbramiento

Bajo un polvillo conocido se asoma el conejo: me guiña un ojo y me llama a su túnel. Entonces cae la piel y la placenta, escribo Cristian y conozco el mundo.
Claudia Bernazza, Las palabras y los días.

Mis hijos escapan de sus enemigos. A punto de ser alcanzados por una bala, un compañero los salva. Un avión los ha depositado en una isla, sin víveres ni vituallas. Sin la hamaca ni el perro que les compré cuando se escondían entre mis piernas. Sin las velas que encendimos cada noche sin luz.

Me alejo de sus combates fosforescentes. Escribo en los márgenes de ese mundo, en las catacumbas que apenas visitan. Camino miles de kilómetros cada día a través de una selva de tuits y posteos. Recorro mares de videos y cloacas de comentarios. Llego a mi guarida. Tartamudeo este libro. La luz ilumina los pliegues de una frazada desordenada. Envuelta en ese holograma, espero la voz de mamá. El oleaje se escucha cada vez más fuerte, el agua chocando contra la madera, inclinando esta nuez.

Botella nocturna al mar

Los que deambulamos por las ruinas ya nos conocemos, solemos encontrarnos en nuestras recorridas. La Agencia nos abre las pantallas desganadamente. Cuando programamos nuestros hologramas para vivenciar un viaje, sabemos que alguno estará dando vueltas por los mismos lugares.
Claudia Bernazza, Las palabras y los días.

Cómo lograr que ustedes elijan, entre millones de bits, esta historia. Esa fue la última cuestión a resolver. Sin mercadotecnia ni librerías, sin editoriales peleándose por publicarlo, sin papel ni tinta ni solapas, escribir el mensaje e inventar la botella.

La informática no me la hizo fácil. Se notan las idas y venidas, la mutua sospecha. Con Laura, tejimos la red nudo por nudo. Cuando la trama alcanzó una resistencia aceptable, dimos por finalizada la tarea. El libro responde a una maniobra familiar: hacer doble click. Quien traspasa esas entradas queda atrapado entre manteles y viejas fotografías. En los muros de las habitaciones, como en las paredes de la Alhambra, podemos leer el relato de otras vidas. En ese instante de lectura, en esa exacta oscuridad, estamos juntos. Los insomnios nos pertenecen.

Hospedarse aquí no cuesta un peso, este es un libro perdedor. Lo he intentado alguna vez pero no hubo caso: no sé vender libros. Cuando colgué en la web mis apuntes sobre planes y estados, dejé atrás imprentas y presupuestos. Hace años que escribo en pantallas. Algún día, olvidaré las curvas de mi letra manuscrita, últimamente apenas firmo. Entonces, vuelvo al punto: ¿cómo explicar que ESTO ES UN LIBRO? ¿Cómo invitarlos a leer su primera página, sus prólogos, sus capítulos? No tengo idea, pero ustedes me quieren, jamás me abandonarían.

Celebraciones

Cuando diga Río, me acompañarán Sandra y Gabriela. Leeremos juntas los cuadernos sobrevivientes.

Cuando diga Conurbano, se presentarán las calles, los cables cruzando el cielo, las casas abigarradas. Tomaremos cerveza, cantaremos la marcha en los funerales. Vendrá mi tribu, por fin, la elegida.

Cuando diga América, vendrá Quique. Regresaremos a la camioneta, a las pirámides y la selva. Dormiremos otra vez incómodos en los asientos para preguntar lo extranjero, la masacre. Desvestidos de todo castellano, viajaremos descuidadamente al borde del precipicio. Los demás pasajeros se bajarán antes del vértigo, regresarán a Buenos Aires.

Cuando diga Este, vendrá mamá. Lena, Julia y Yeñik cantarán con nosotras la belleza de Volinia.

Cuando diga Mañana, me acompañará la generación que ya alcanza, con la yema de sus dedos, el tiempo de los hologramas.

Después, si llegaron hasta aquí, les contaré los libros que leí, nuestra inmensa pequeñez, las injusticias. Regresaremos a Finisterre, junto al fuego de ropas y cayados, para anunciar lo que hay detrás del pez. Alrededor de la fogata, habitaremos la tierra sin mal, un siglo o un instante.

Solos en este planeta minúsculo, celebraremos el naufragio y la marea, las palabras y los días.

City Bell, 26 de octubre de 2019.
Se van.

La poesía
toda
es un viaje a lo desconocido.

La poesía
es como la extracción del radio:
un año de trabajo
para sacar un gramo.

Sacar una sola palabra
entre miles de toneladas
de materia prima verbal.

Esas palabras
mueven
millares de años,
millares de corazones.

Vladimir Mayakovski, Conversación con el inspector fiscal sobre poesía.

Lo logramos, Flora.

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