La noche,
la borrasca,
la humedad.
Diecinueve de noviembre de 1982. La plaza colmada desde muy temprano. Funcionarios purgando agradecimientos, números musicales, medallas. Invitados recordando que nacieron aquí alguna vez. En los canteros centrales, cien velas de caño escuálido.
El día del Centenario de La Plata se desliza por carriles livianos. La multitud camina lentamente, busca bebidas al paso, manzanas acarameladas. Lejos de esa serenidad, bajo una carpa, maquilla sus últimos detalles una torta descomunal. Todos hablan de ella. Es un delirio tal vez irrepetible: un bizcochuelo gigante y cuadriculado que nos dibuja.
Vallas y policías almidonados nos parten en dos la curiosidad. Un hombre reparte gritos y afonías, urgido por los ornamentos nupciales de la Reina Pastel. En las entrañas de la torta recostada en tablones y partida en pasillos, decenas de pasteleros preguntan al panadero en jefe cientos de detalles. Bajo la carpa que previó nuestras humedades, ellos decoran con su manga y él controla con su reloj la terquedad de los minutos. Nos acercamos un poco más, al fin la vemos. Blanca, lívida, atiborrada de mínimos palacios, dulce maqueta de la ciudad. Su dueño da indicaciones a los policías, a los pasteleros, a los pibes que quieren colarse por los huecos de las vallas. Aún no ha terminado de vestirla y es una impudicia lo que está sucediendo.
Se nota, apenas, algún desorden. El tiempo escurriéndose en cascadas violentas. Infiernos cruzados, miradas como cuchillos entre los encargados de ceremonial y la Asociación de Panaderos. Cómo imaginar que allí, en pocas horas, se formarán ordenadas filas ciudadanas. El panadero mayor se desentiende del naufragio y atrapa hormigas antes de que trepen al tul de merengue: las deshace entre el índice y el pulgar. Y las hormigas. Calladas. Insistentes. Fanáticas buscadoras del dulce de leche. A ellas no les asusta la muerte súbita. Y vuelven a trepar.
Estuvieron presentes en la cena de gala el Secretario del Jockey Club, el Rector de la Universidad Nacional, el Fiscal de Estado, el Prosecretario del Jockey Club, el Director de Lotería de la Provincia, el Vicecónsul de España, el Director General de Hipódromos, el Cónsul de Francia, el Presidente de la Comisión Cultural y Científica del Jockey Club,
Un huracán se agolpa contra las vallas. La gente se enfervoriza frente al único show que quedó en la plaza al anochecer. Los números artísticos han pasado y la torta guarda una catástrofe inminente. Algo va a estallar junto a ella. Allí estamos Gabriela, mi hermana. Jorge, veterano de guerra recién estrenado. Yo. Ninguno ha cenado la noche anterior en la velada del Jockey Club, pero eso es un detalle sin importancia. Nos han prometido fuegos artificiales y torta regada con el champán que añejó la historia. Queremos probar. Brindar. Comer. Hemos esperado tanto. Y las hormigas. Ningún insecticida las detiene. Ninguna valla es tan minúscula como ellas.
Un murmullo recorre la marea humana. En oleadas llega hasta nosotras la noticia del inicio del reparto. Mi hermana y yo nos abrimos paso y, a los gritos, despejamos estorbos. Una tozudez de insectos. Una clarísima convicción. Hay que comer de esa torta. Con Gabriela nos lanzamos a saltar barreras, a trepar, queremos sentir bajo nuestros pies la piel azucarada de la ciudad. El panadero nos grita desde abajo vaya una a saber qué. Entonces la vemos. Nuestra mirada de gigantes recorre el museo, los pinitos del bosque, el león en su jaula del zoológico, las callecitas rectas, la perfecta armonía, la calle cuarenta y ocho, la municipalidad de merengue,
el Cónsul de Noruega, el Cónsul General de Italia, el Secretario de la Comisión de Carreras del Jockey Club, el Vocal de la Comisión Revisora de Cuentas del Jockey Club,
la casa de gobierno al sambayón, la catedral chocolatada, la Plaza Moreno dentro de la Plaza Moreno donde criaturas humanas que parecen hormigas se refugian del rigor insecticida.
Los policías tratan de frenar a las hordas que no esperan que no forman filas que se abalanzan sobre la ciudad perfecta. Pero no es tan fácil. Hemos llegado al diecinueve de noviembre cargando un año extraño. Una de nosotras planea un casamiento que parece un juego. Un veterano de guerra de diecinueve años observa todo con esa mirada ausente que lo acompañará hasta el final. Una flamante desertora de abogacía no sabe cómo seguir. Flamantes guerras. Flamantes desaparecidos. Flamante sensación todo se ha detenido aquí / hacia adelante hacia atrás no hay nada / ganar y perder es la misma cosa / y quien sabe esta urgencia / sea la última. Con qué cargarán los otros, que tampoco tienen miedo.
Nuestras manos, hundidas en un barro dulce y pegajoso, arrancan caóticas porciones para alimentar a la muchedumbre. Un minuto después, la torta recibe a los demás y la ciudad bizcochuelo desaparece. Ya no volvemos a verla. Entonces comienza otro juego: apuntar directo a los ojos, a los gritos, a los culos. Lanzar proyectiles para que llueva almíbar sobre cientos de cabezas. Caer en el intento. Nadie es experto en patinaje sobre torta, mantenerse en pie es un aprendizaje inesperado.
Gabriela le dispara al panadero gritón con una puntería que le desconozco. Los patrulleros se llevan algunos detenidos, a nosotras nos protege una cubierta de almíbar resbaladizo. De los parlantes brota una marcha militar. Y las hormigas. Siguen. Trepando. El tul.
Nada sobrevive. Gente que supo esperar la consumación de la batalla pasea su curiosidad por los lugares que ya nadie cuida. Levantan del piso hamacas en miniatura, soldaditos del Regimiento 7. El jefe de panaderos se sienta a llorar como un chico. Intenta limpiarse los mocos con el brazo mientras un policía lo abanica con la pared de la legislatura. Nadie se preocupa por las hormigas. Ellas son así. Imperturbables. Están cuando las matan y cuando las ignoran. Y el azúcar. Desaparece. Minúsculas bolitas sobre sus espaldas. Lo lograron.
Ningún tablón ha quedado en pie. El techo que cubría la torta es ahora una alfombra para los que duermen borracheras. Las vallas, desparramadas por toda la plaza, aportan inútiles líneas rectas al paisaje. Con Gabriela amanecemos allí. Jorge, conocedor de otras guerras, privilegia su cama a todo y lo perdemos de vista.
Busco en el diario de siempre vestigios del escándalo, apenas encuentro una lista de contusos y asfixiados. Nadie lo escribe. Nadie lo dice. Aquella noche volaron por el aire diplomas universitarios, rifles oxidados, carnets vencidos del club de niños felices.
El Día, 12 de Enero de 1982.
La ciudad cumple cien años:
el gobierno bonaerense crea la Comisión del Centenario.
Al término de la reunión que ayer realizó el gabinete de la provincia, se informó que fue aprobado el decreto de creación de la Comisión del Centenario de la Ciudad, que tendrá a su cargo la programación de los festejos a cumplirse en noviembre próximo. La comisión quedó integrada de la siguiente manera: presidente: Señor Gobernador; miembros honoríficos: Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia, Arzobispo de la Arquidiócesis, Comandante de la Décima Brigada de Infantería Mecanizada, Director de la Escuela Naval Militar, Rector de la Universidad Nacional; Ministros Provinciales e Intendente Municipal. El cuerpo quedó facultado para actuar todo lo que estime necesario para dar mayor realce al homenaje.
El Día, 4 de Setiembre de 1982.
La torta del Centenario
Uno de los temas del Centenario que anda en boca de todos es el de la torta del festejo. "La Asociación de Panaderos quiere devolverle a la ciudad todo lo que la ciudad le ha dado", explica el presidente de la entidad.
"Va a llevar 25.000 huevos, 600 kilos de azúcar, 680 de harina, y va a pesar alrededor de 3.000 kilogramos, por lo que se espera que van a comer de ella aproximadamente 30.000 personas", agrega el secretario de la Asociación.
"El diseño es un símil del plano de la ciudad, con sus plazas y centro cívico decorados, su cobertura va a ser de merengue italiano y el interior de bizcochuelo bañado en almíbar y dulce de leche", nos aclara.
"Las autoridades han dado una gran importancia a la torta gigante, a tal punto que el corte y el reparto de la misma se ha tomado como broche de los festejos del día 19 de noviembre".
"A las 22.30, después de que se corra el clásico, se va a comenzar a cortar, y todo está organizado de tal manera que cada una de las personas presentes en la plaza podrá probar un pedacito".
"Pero lo que quiero resaltar —concluye— es que esto es un homenaje simple, sencillo, un regalo que la Asociación de Propietarios de Panaderías le hace a la ciudad en la que ha crecido".
El Día, 12 de Noviembre de 1982.
Conjuntamente con la cele-bración del Centenario de la ciudad, será presentada la gigantesca torta preparada por los panaderos platenses en adhesión a la fecha.
Según se nos manifestó, se repartirán aproximadamente 30.000 porciones entre todos aquellos que se acerquen a plaza Moreno, lugar en donde está apostada la faraónica obra culinaria. En tal sentido, la comuna hizo saber que dicho reparto será gratuito a toda la población.
El presidente de la Asociación de Panaderos señala que es un esfuerzo de los panaderos para homenajear a su ciudad. "El mismo esfuerzo que hace un padre para festejar el cumpleaños de quince de su hija. Ésta, seguramente, es la torta más grande del mundo".
Pudimos enterarnos que esta torta de 400 metros cuadrados fue elaborada en treinta panaderías de la ciudad y demandó 600 horas de trabajo.
El Día, 15 de Noviembre de 1982.
"Luego de intercambiar diferentes inquietudes llegamos a la conclusión de que la forma ideal de la torta era alcanzar una reproducción, lo más fiel posible, del casco urbano. Consumar la iniciativa nos dio mucho trabajo. Se nos ocurrió hacerla en bloques de dos metros, con separaciones que hicieran las veces de calles y que al mismo tiempo facilitaran el paso de los decoradores. Para alcanzar la semejanza perseguida, el pastel tendrá cincuenta semáforos, ciento cincuenta faroles, más de trescientos pinitos, banderas, bancos y juegos de plaza, cintas y otras miniaturas. Será el área céntrica con sus paseos, diagonales, etc. Tendrá todo. Ni más, ni menos".
Una torta de veinte metros por veinte, de ocho centímetros de espesor, rellena de dulce de leche, abundante coco, chocolate, azúcar impalpable, colorante y otras delicias. Una obra de arte al fin, que los panaderos dedican a la ciudad más allá de las ideologías políticas de los hombres que rigen su destino.
El Día, 18 de Noviembre de 1982.
"Las hormigas empezaron a salir de todos lados, de los canteros cercanos a la carpa. Al principio nos entró la desesperación pero después las controlamos con insecticidas con agua. Ahora no hay peligro".
Una imprevista invasión de hormigas atraídas por los 1.500 kilos de dulce de leche alteró las tareas programadas. "Después tuvimos que cambiar el merengue porque no era lo suficientemente duro y se nos caía la estructura. Le pusimos otro tipo de azúcar, más o menos 1.000 kilos, y con eso solucionamos el problema".
Por su parte, la comuna hizo saber que el reparto de las porciones será gratuito a toda la población. En ese sentido, el presidente de los panaderos pidió que "por favor nadie compre bonos para comer la torta como sé que han estado vendiendo por allí. La torta es un regalo para nuestra ciudad y lo que se regala no se cobra".
Mucho público se acerca a la baranda detrás de la cual trabajan los panaderos. Estos cuentan con la inestimable ayuda de una panadería ambulante instalada en un camión.
Todos sonríen bajo la carpa impregnada con dulce de leche. "Alguna gente nos pregunta por qué no hicimos otra cosa, no repartimos pan y lo demás. Esto nos enoja un poco. Todo el sobrante, es decir los recortes de los bizcochuelos —la torta tiene la forma del plano de la ciudad— son llevados diariamente a instituciones de bien público. Además, la torta es de todos, ya lo dijimos".
"Yo estuve averiguando —agrega el secretario de la Asociación de Panaderos— y solo tengo conocimiento de una torta similar hecha en el festival de folklore de Salta. Esa torta fue armada con escaleras pero en su interior era de cartón. En Alemania se hizo una torta gigante pero tenía nada más que seis mil huevos, me parece que la nuestra es la más grande del mundo. Es nuestro orgullo darle a la ciudad un regalo de cumpleaños único".
Los 4.500 kilos de torta descansan sobre las mesas que la forman. Los panaderos trabajan con apuro, controlan las hormigas y miran el cielo. "Esperemos que no llueva. No, no va a llover, seguro", nos comentan.
El Día, 19 de Noviembre de 1982.
Efectuóse anoche en el Jockey Club la velada tradicional
Realizóse en la sede del Jockey Club, con singular éxito y con la capacidad colmada del salón del segundo piso, la tradicional velada en conmemoración del Centenario de la Fundación.
Ocuparon la cabecera de la mesa central el Gobernador de la Provincia y su señora esposa, el Presidente del Jockey Club, el Intendente Municipal y señora, el Ministro de Gobierno y señora, el Director de la Escuela Naval Militar, el Comandante de la Xma. Brigada de Infantería Mecanizada, el Jefe de Policía y señora, el Cónsul General de Perú, el Segundo Comandante de la Xma. Brigada...
El Día, 20 de Noviembre de 1982.
Avalancha con heridos en el sector donde se encontraba la torta
Cuando arreciaban los fuegos artificiales y ardían las cien velas, comenzó el reparto de la torta. El dispositivo preveía el ingreso de la gente a través de una puerta de unos dos metros de ancho, ubicada en uno de los tramos de la valla de hierro que rodeaba la carpa; el desfile ante el mostrador de madera que circundaba a la torta y la salida por una puerta similar a la anterior sobre el otro lateral de la valla. Pero este ordenamiento duró escasos minutos. La presión de la gente hizo ceder primero una parte de las vallas, y poco más tarde otra. A partir de allí, el ingreso a la carpa fue masivo y desordenado. Unos treinta policías, los boy scouts y la Asociación de Panaderos corrían de un lado a otro, tratando de contener la avalancha. Pero los esfuerzos resultaron insuficientes y unos diez minutos después de iniciado el corte de la torta, la carpa estaba invadida.
Cuando la carpa ya estaba totalmente colmada, comenzaron las avalanchas sobre el débil mostrador de madera azul que rodeaba la torta. Los mozos (una docena) se defendían como podían, sosteniendo a duras penas el mostrador. Los forcejeos, los empujones, las luchas cuerpo a cuerpo se sucedían entre los encargados de seguridad y la gente.
La confusión fue entonces enorme. Madres con niños muy pequeños en brazos, chicos de todas las edades, muchos adolescentes, personas mayores, los ciudadanos, en fin, que habían ingresado allí para probar la torta del Centenario, se encontraban con un desorden absoluto, empujones, gritos, órdenes y ruegos de los organizadores.
Algunas mujeres se desmayaron y fueron colocadas inicialmente en el mostrador azul. Comenzaron las caras de susto, los gritos histéricos y cierta desesperación por salir, pero a esa altura se hacía difícil encontrar la salida, porque la gente también ingresaba por allí.
Al cierre de esta edición, se había podido confirmar el ingreso al hospital San Martín de una mujer con traumatismo de tobillo y heridas cortantes, contusos, desmayados y una persona con traumatismo de brazo. Otros desmayados y con ataques de llanto histérico fueron atendidos en la plaza hasta su recuperación.
El presidente de la Asociación explica al diario de siempre que nuestra torta es la más grande del mundo. Viva la patria repostera, viva la torta, viva el señor gobernador, viva el comandante de la décima brigada, la bronca,
la mugre,
lo dulce,
lo agrio,
lo podrido.
Ellos desaparecieron una noche o acaban de volver de una guerra. A ella la visten para su fiesta. Embarrada de dulce, cansada, desvestida de sus diagonales, no es más que una nena de quince muerta de miedo susurrando al oído que la perdonen, que en realidad está enamorada de ellos pero nadie debe saberlo porque sino.
La Asociación de Panaderos dice que la intendencia dice que la comisión de festejo dice que la policía dice que elementos subversivos dicen torta tomada. Llueve dulce, llueven gurkas, soldaditos, palos, pibes y otras delicias. Llueven treinta mil.
Descuidada ciudad, a este cumpleaños le faltan algunos hijos, no te olvides.
El Día, 20 de Noviembre de 1982.
Un pequeño accidente
Una bolsa de polietileno llena de flores cayó accidentalmente sobre la plaza en momentos en que el general Reynaldo Benito Bignone, presidente de la Nación, decía su discurso.
La idea era que las flores llovieran sobre la multitud, pero al parecer quienes tenían la misión de arrojarlas desde un helicóptero perdieron el pesado paquete. Un largo y profundo "Uuuuuuh" acompañó la caída de la bolsa que, por suerte, cayó a treinta metros del palco oficial, sobre un cantero de césped.
Fragmento del discurso que pronuncia Reynaldo Benito Bignone durante la mañana de aquel memorable 19 de noviembre de 1982, mientras cae del cielo la bolsa que impacta a treinta metros del palco oficial. Del azaroso destino de la cabeza de Benito, que se salva por treinta mil providenciales milímetros. De las cajas de plomo enterradas durante cien años y de la prolija exhumación realizada por el mismo Benito, una vez a salvo de su cabeza:
Rindamos homenaje al espíritu de la fundación. Que esta evocación, con su profundo contenido, sirva de fuente de inspiración para el presente. Quieran los argentinos interpretar en ella la imperiosa necesidad de que, todos juntos, seamos activos protagonistas del proceso de transición que nos toca vivir para cimentar la definitiva unión y el lanzamiento del país. Permita el Señor que se iluminen nuestras mentes, se apacigüen los ánimos y disminuyan los rencores con cristiana resignación, para que la reconciliación de la familia argentina sea muy pronto una realidad concreta.
El Día, 20 de Noviembre de 1982.
El vecindario se congregó para la exhumación oficial
En el marco de un luminoso día de sol, se realizó al mediodía la exhumación oficial de la piedra fundacional. La plaza se encontraba colmada de vecinos y autoridades.
Los dones fundacionales —la redoma de cristal, las medallas, la caja donde estuvo guardada desde 1882 la plancha de mármol de Carrara piedra fundamental de la ciudad— se encontraban cubiertos por una bandera argentina contenidos en una bandeja de cedro forrada con pana roja construida los días previos por carpinteros municipales.
A las doce cuarenta y tres, el Presidente de la Nación, el Gobernador, el Intendente y el Ministro del Interior, descubrieron los dones del Centenario, concretándose así la exhumación de la piedra fundamental, exactamente un siglo después de su colocación por los fundadores. Un prolongado aplauso de los asistentes se confundió con los sones marciales del Regimiento 7 de Infantería, mientras una salva de morteros aturdía el ámbito de la plaza.
En el interior del recinto especialmente levantado en el centro de la plaza se veía la urna de plomo que durante un siglo encerró los objetos de la fundación.
Dicen que debajo de la piedra hay champán. Copas para beberlo. Secretos. Oro. Lingotes de oro. Mensajes cifrados. Masones. No hay hijas para peinar ni hijos a salvo de la guerra, solo una ceremonia prevista con cien años de antelación. La exhumación del cadáver, perdón, de la urna de plomo. El mármol de Carrara. El helicóptero. Las flores. El helicóptero perdió su pesada carga. Uuuuuuh. Flores. La exhumación de Bignone. Medallas. La pesada carga la pesada exhumación las pesadas flores. Cruzan el aire helicópteros cargando flores que no son desaparecidos, cruza la tierra Bignone exhumando cristales que no son cadáveres. Las otras cargas / las otras exhumaciones / los otros helicópteros sobrevuelan el Río de la Plata / la noche / la borrasca / la humedad. Descargan sin estridencias sin flores sin dejar rastro. Un pequeño accidente. Un largo y profundo Uuuuuuh. La borrasca / la humedad / la noche. No hay botellas de champán bajo la piedra, no hay ciudad ni celebración.
Y si las generaciones venideras quisieran en su Centenario conmemorar este acto y constatar la existencia de este documento y objetos que lo acompañan, deberán efectuar una excavación.
Ciudad de La Plata, diecinueve de noviembre del año milochocientosochentaydos.
Acta de Fundación de la ciudad de La Plata, 19 de noviembre de 1882.
(2) En la novela Crónicas de la Ciudad Perfecta, le presté a Patricia, su protagonista, estos días ridículamente ciertos.