Mijailko, Nicola, Stepan, Ana, María, Grilko.
Los hermanos Haduviak, de la aldea de Babie, de la tierra de Volinia.
Mijailko del año 4.
Nicola, el sastre, el que enamoraba a las mujeres con sus manos de tijeras.
Stepan. Silencio sobre Stepan. Nadie sabe. Su rastro se perdió entre las guerras.
Después vienen las mujeres. Ana y María.
Grilko, el más joven, el soldado que voló en pedazos. Una novia a punto de dar a luz, pariendo una locura.
Alina, hija de Mijail. Ana, hija de Nicola. Eugenia, hija de Ana. Silvestre, hijo de María. Lena, amiga de Grilko. Debajo del manzano, sus voces los vuelven a nombrar.
Mijailko, Nicola, Stepan, Ana, María, Grilko. Ahora las fechas del origen y la muerte. Una por una. En estricto orden.
Ana fue la última de los Haduviak, nacidos en Babie, la aldea más bella de Volinia. Nadie después de ella los había vuelto a nombrar. Hoy su hija, y la hija de su hija, rehenes de un remolino inesperado, escuchan en Ucrania, en la bella Volinia, debajo del manzano, los nombres de la estirpe.
Alina conoce el principio.
Silvestre y Eugenia traen a las mujeres.
Ana recuerda los amores del sastre.
Lena susurra el final.
Mijailko, Nicola, Stepan, Ana, María, Grilko.
Debajo del manzano. Los nombres al aire como campanadas.
Ahora sí se abre la mesa,
se sirve el vino.
Las hijas de las hijas han escuchado la historia
y todo vuelve a empezar.
Voronchin, agosto de 2015.
Nikifor Romaniuk, en el destierro que lo separó de su hija Lena, se alojó en la casa de los hermanos Haduviak. Se casó con mi abuela, Ana Haduviak. La distancia entre Lena y los Haduviak se volvió, desde entonces, enorme. Cuando mi viaje los reunió, navegaron serenamente sobre viejas heridas.